Pensaba que se trataba de una leyenda, pero aquella noche el destino le tenía algo preparado.
Cuando, de repente, escuchó un ronroneo que poco a poco fue creciendo hasta volverse un gruñido áspero. Un escalofrío recorrió su espalda al escucharlo, tomó las llaves y comenzó a correr por el estacionamiento sin mirar atrás
Elia trabajaba en una cadena de tiendas de supermercado en la ciudad de Xalapa, y, si bien era un trabajo muy bien remunerado, y con un ambiente laboral relajado, algo en el lugar no le gustaba para nada, la hacía sentir incomoda, no sabía si eran las vibras, o algo más.
La joven había escuchado en múltiples ocasiones que, una noche al año, los jefes elegían a un empleado que bajara al estacionamiento, justo antes de cerrar, los motivos de ello hasta ese momento desconocidos. En el tiempo que llevaba trabajando ahí, por suerte para ella, nunca le pidieron que hiciera algo semejante, pero eso estaba a punto de cambiar.
Se encontraba trabajando, en aquella ocasión le tocó el turno nocturno, la gerente se acercó con un juego de llaves, y le dijo, “¿me puedes hacer un favor?”, a lo que la joven, sin percatarse de lo que vendría a continuación, respondió que sí, que con gusto, a lo que la gerente continuó, “Gracias; mira, abajo, en el estacionamiento, hay un pilar, y en él hay una puerta vieja con muchas cerraduras, lo que quiero que hagas es bajar, al rato que vayan a cerrar la tienda, y abras todas, escucha bien, todas las cerraduras, no importa lo que oigas, o lo que veas”. La joven se puso pálida, no podía creer que en serio le estaban pidiendo que bajara al estacionamiento, y más aún, no podía creer que el rumor de que los mandaban ahí abajo era cierto. Cuando su jefa la sacó de su ensimismamiento al decirle, “Ah, y no se te olviden las llaves, ¿entendido?”.
Llegada la hora, la joven bajó al estacionamiento, acompañada de dos de sus compañeros, pero al llegar a la entrada del mismo, ellos le dijeron, “nosotros aquí te esperamos, sólo puede bajar una persona allí.” La joven comenzó a caminar sobre la rampa de descenso, adentrándose en la oscuridad, sin saber realmente que esperar. Sacó el celular de su bolso para alumbrarse, no sabía exactamente dónde estaba el pilar que buscaba, pero no le costó mucho encontrarlo, este estaba ubicado justo en el centro del estacionamiento, un pilar muy grueso, pintado de blanco. Elia comenzó a caminar alrededor del pilar, buscando las cerraduras, cada vez mas segura de que todo se trataba de una broma, cuando, de pronto, las encontró, camufladas con la pintura blanca, y, alumbrando con su teléfono, comenzó a ver los bordes de una puerta muy grande y ancha. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Revisó las llaves y las cerraduras con la lampara de su celular y notó que tanto las cerraduras como las llaves estaban numeradas, así que comenzó a insertarlas, una a una, la llave marcada con el numero uno en la primera cerradura, y así sucesivamente. La temperatura en el estacionamiento, de por sí fría, comenzó a descender mucho más mientras ella quitaba los cerrojos. Cuando llegó a la novena cerradura y quitó el pasador, escuchó el sonido como de cadenas arrastrándose, seguido de un fuerte ruido, como si algo de metal pesado cayera en el suelo. Elia alumbró el estacionamiento con la lámpara, buscando la fuente del sonido, con la esperanza de que alguna pieza metálica se hubiera caído, pero no había nada, todo estaba en aparente calma.
Una más pensó Elia, insertó la llave y la giró, cuando, de repente, escuchó un ronroneo que poco a poco fue creciendo hasta volverse un gruñido áspero. Un escalofrío recorrió su espalda al escucharlo, tomó las llaves y comenzó a correr por el estacionamiento sin mirar atrás, mientras escuchaba detrás de ella el gruñido, y lo que parecían ser pisadas de algún animal muy pesado que rosaba las garras con el piso. Cuando llegó a la salida del estacionamiento, cruzó y sus compañeros dejaron caer la cortina de entrada.
La chica, muy agitada, preguntó a sus compañeros qué es lo que acababa de pasar, a lo que ellos, mirándose entre los dos, le dijeron que, sinceramente no sabían que pasaba ahí abajo, pero que los jefes siempre les pedían que no hablaran nada de lo que vieran u oyeran allí.
Elia sólo compartió esta anécdota con su familia, y a su vez me la compartió uno de sus sobrinos un día en que contábamos experiencias de terror en la ciudad.
Redirek
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