Algunas personas nacemos con la habilidad de viajar al mundo astral, de manera consciente o inconsciente, incluso hay quienes son convocados por otras fuerzas a viajar ahí, a veces a partir de ahí, pueden saltar a otros planos más bajos o llevados a lugares específicos dentro de este reino. Lo que se sabe sobre los viajes astrales es que debes estar en un estado profundo de relajación para que tu alma pueda viajar a este plano, aunque hay unos cuantos que pueden ir y venir a voluntad. También se sabe, de quienes viajan a este místico lugar, que las cosas son, aparentemente iguales, pero con sutiles diferencias, colores o formas distantes, y que en este plano habitan espíritus, de alto y bajo astral, es decir, seres de luz y oscuridad.
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Desde que tengo memoria llega a mí un “sueño” muy recurrente, en el que salgo de casa para dirigirme a un laberinto.
Las primeras veces, siendo niño, soñaba que salía de casa con mis papás, tomábamos un taxi y nos dirigíamos a la ciudad más cercana, Cardel, pero la ciudad era distinta, es decir, los edificios eran casi los mismos, pero las calles eran diferentes, con túneles, acueductos y calles sin salida, como un laberinto. Al salir de la ciudad, en el mismo vehículo, llegábamos a un panteón en medio de un bosque, ahí bajábamos y comenzábamos a caminar por el cementerio, que también resultaba ser un laberinto, hasta llegar a la parte central. Ahí había una cabaña, entrabamos a un tercer laberinto formado por lo que parecían ser lápidas en construcción, es decir, estaban en blanco, sobre mesas. Recuerdo que, en ese tercer laberinto, al llegar al final, había una última lápida, como iluminada por el sol, y en ella había una inscripción grabada con letras luminosas, pero al intentar leerlas, despertaba.
Conforme pasó el tiempo, me fui dando cuenta que el sueño no sólo era muy recurrente, sino que en realidad estaba en una zona a la que era llevado a ese punto del reino astral. El gran misterio era, y siempre ha sido qué decía la inscripción en la lápida. Con el paso de los años, el laberinto fue cambiando de forma, variando las paredes, por así decirlo, pero los pasillos siempre han sido los mismos, a veces eran constituidos por altos setos, ciudades que no conocía, muros de concreto, entre otras muchas formas.
En una ocasión, en uno de los viajes a través de estos laberintos, llegué a uno que iniciaba con una reja de metal, y cuyas paredes eran altas y de concreto, cuando la crucé, me encontré con un niño que me pedía que lo acompañara a caminar a través de este, y mientras lo hacíamos, señalaba cosas en el suelo, símbolos en el piso que brillaban con una intensa luz dorada, y, aparentemente, al juntar dichos símbolos, se formaba un mensaje. Al llegar al final de todo, tenía que introducir el conjunto de símbolos brillantes, pero al hacerlo desperté, o mejor dicho, salí del plano astral. Lo interesante de este viaje es que había recuperado la consciencia en otra habitación de la casa, aparentemente recorrí el laberinto espiritual y físicamente. Cuando hablé con mi papá al respecto, dijo que no sabía, pero que era normal el aparente sonambulismo en la familia materna.
Cuando entré a estudiar la universidad, las experiencias en el plano astral relacionadas a estas expediciones a laberintos se redujeron considerablemente, principalmente las visitas a estos laberintos, hasta hace unos meses, en que el laberinto cambió.
En esta ocasión todo inició con el ya mencionado laberinto, pero el escenario era distinto, las paredes y el piso era de bloques de piedra, como si fueran parte de las ruinas de algún templo antiguo. Comencé a recorrerlo, sabiendo que llegaría ante alguna pared con grabados que no puedo leer, o la acostumbrada lápida; sin embargo, todo en esta ocasión se sentía distinto, ya que las paredes estaban iluminadas por antorchas, a pesar de que todo estaba envuelto en una neblina blanquecina, común en este plano, todo se veía claramente, las paredes eran de color dorado, como si estuvieran bañadas en oro.
Mientras caminaba, sentí la presencia de alguien caminando al lado mío, volteaba y a mi derecha caminaba alguien de menor estatura que yo, un hombre al parecer, con la mirada baja, y ocultando el rostro; no decía nada, sólo caminaba sigilosamente a mi lado. Avanzamos por los corredores como si ya supiéramos exactamente donde estábamos. Llegamos a la entrada de lo que parecía ser una cámara, mi silencioso acompañante entonces levantó la mano y señaló a la cámara que se extendía ante mi, como indicándome que entrara en ella. Di un paso adelante y voltee a buscarlo, ver si entraría conmigo o que ocurriría con él, encontré que comenzaba a desvanecerse como si de polvo o arena se tratase.
Dentro, la cámara estaba sumida en la oscuridad total, sólo había una pequeña fuente de luz al otro lado; comencé a andar por la cámara con paso firme y decidido a llegar hasta la fuente de luz, era como si, a pesar de la oscuridad, supiera exactamente por donde pisar. Al llegar frente a ella descubría que era una vela blanca, gruesa y grande como un cirio, pero la luz que emitía la mecha no era blanca, ni naranja como suele ser, sino de un violeta intenso y brillante. En ese momento salí del plano astral, desperté y juraría que aún estaba la vela encendida frente a la cama proyectando su luz purpura, parpadeé un par de veces y la luminosidad dejó de esparcirse por la habitación.
El día siguiente lo pasé investigando en internet sobre el significado de dicha luz, y encontré varias fuentes que hablan de cierto planeta místico, del cual se cree es la morada de los dioses sumerios y que viene anunciando un final. También encontré que esa luz se relaciona con un despertar emocional y espiritual, como si de habilidades que se mantienen dormidas se tratase, y que “soñar” con ella se relaciona con un arcángel al que concierne la sabiduría ancestral, así como el color distintivo de cierto dios antiguo.
Sea como sea, a partir de ese viaje, las cosas cambiaron, aún ahora, no sé si para bien o para mal.
Redirek
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