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Guardianes 2: El Charro Negro

Actualizado: 26 jul 2019

En cada rincón del mundo existen distintas historias, leyendas, mitos, o… ¿sucesos? Que van más allá del límite del razonamiento, historias de aparecidos, de tesoros enterrados, o hasta de… otras cosas.




De repente, del laboratorio de al lado, comenzaron a oírse ruidos, se escuchaba como si alguien arrastrara los bancos, golpeara las probetas y sacudiera los soportes donde estaban los tubos de ensayo y demás materiales

Se dice que, durante la Revolución Mexicana, los hacendados y bandidos que escondían tesoros, los enterraban en distintos lugares, como lo

De repente, del laboratorio de al lado, comenzaron a oírse ruidos, se escuchaba como si alguien arrastrara los bancos, golpeara las probetas y sacudiera los soportes donde estaban los tubos de ensayo y demás materialess patios de sus haciendas o en terrenos baldíos, y generalmente asesinaban a la persona encargada de cavar el pozo donde sería enterrado el dinero, y arrojaban su cadáver junto con el botín, con una doble finalidad.


Inicialmente, lo hacían para que nadie más supiera donde estaba oculto ese tesoro, y segundo, para que el alma de quien hizo aquel agujero quedara atrapada ahí y se convirtiera en su guardián, cuya presencia ahuyentaría a todos los que se acerquen al sitio donde está escondido el codiciado botín. Normalmente, estos entes suelen ser indios, aunque también están fantasmas de charros, niños, monjes e incluso bolas de fuego que atacan a quien intente acercarse.


En algunos casos, estos espectros se le aparecen únicamente a la persona que está destinada a cobrar esa fortuna, pero, debido a un encantamiento, ese “elegido” debe escarbar en el lugar donde está oculto el tesoro justo en el momento en que está presente su guardián, si lo hiciera en otro momento del día, simplemente no hallará nada.


También hay casos en los que los guardianes, desesperados por pasar al más allá, ofrecen el tesoro a cualquiera que pase cerca, indicándole donde se encuentra enterrado, deseoso de ser liberado de su eterna condena.


Estos mitos se han popularizado cuando se habla de fantasmas agresivos que atacan súbitamente a quien se acerque al lugar que custodia, ya sea por casualidad o intencionalmente.


Cuando trabajaba en la ciudad de Perote como maestro, un alumno se acercó a contarme una historia que, hasta el día de hoy me sigue sorprendiendo por los sucesos que se desataron después.


El joven me contó que el terreno donde vivía estaba dividido en varias casas, todas de miembros de su familia, y que el terreno siempre les había pertenecido. Decía que todas las noches, a determinada hora de la madrugada, aparecía el fantasma de un charro negro en el portón de la entrada al terreno, y que caminaba desde la entrada hasta un árbol muy grande que estaba plantado en el centro del patio y, que, en ese lugar se desvanecía. Contaba que no se le aparecía a todos los que vivían ahí, sólo a unos cuantos miembros de la familia, incluyéndolo a él.


Yo le expliqué lo que indicaba la aparición del fantasma de un charro negro, que probablemente algún antepasado ocultó un tesoro y ató el espectro al mismo para que, muchos años después un miembro específico de la familia lo encontrara, y es por eso por lo que, tal vez, sólo unos cuantos lo veían.


A los pocos meses se volvió a acercar para contarme que habían talado el árbol donde se desaparecía el charro, y que ahora el ente se aparecía y paseaba por todo el patio, que se paraba delante de las puertas y se desvanecía, o simplemente se quedaba parado en medio del patio viendo a la nada. Yo le expliqué entonces que, al haber desaparecido el árbol, que es donde estaba oculto el tesoro, el charro ahora consideraba, o mejor dicho, el encantamiento lo hacía considerar, que todo lo que había dentro del terreno, incluidos los que habitaban las casas, eran el tesoro que estaba obligado a custodiar y que, por tal motivo, se paraba frente a las casas a contemplarlas.


En ese entonces, cuando yo le daba clases, el joven tenía ciertos problemas para controlar el enojo, y constantemente se enfadaba y estallaba en ataques de ira a tal grado que comenzaba a gritar y su rostro se tornaba de color rojo. Yo, que ya conocía ese temperamento explosivo, había notado un cambio, casi imperceptible, pues cuando se enojaba el ambiente a su alrededor cambiaba. Un buen día, antes de entrar al salón, chequé, como de costumbre, que el laboratorio, que estaba al lado del salón, estuviera cerrado, pues luego los alumnos de ese grupo se volaban las clases escondiéndose ahí. Entré al salón y la clase pasó con relativa calma, hasta un momento en que el chico en cuestión estaba platicando y le llamé la atención, en ese instante estalló en enojo y fue hasta el frente del aula a gritarme, enojado, que él no estaba platicando y que no lo regañara. En ese instante el ambiente del salón cambió, se sintió muy pesado, y sus compañeros notaron ese cambio, mientras él se enojaba más y más.


De repente, del laboratorio de al lado, comenzaron a oírse ruidos, se escuchaba como si alguien arrastrara los bancos, golpeara las probetas y sacudiera los soportes donde estaban los tubos de ensayo y demás materiales. Yo intenté tranquilizarlo mientras me encargaba de moldear las energías del salón para que todos, especialmente él, se relajara, lo tomé de los hombros y le dije que se relajara, que no pasaba nada, mientras los ruidos se hacían mas fuertes. Sabía que no era él quien los provocaba, sino una energía que traía pegada. Conforme se fue relajando, se dejaron de escuchar los ruidos; cuando estuvo calmado, salí del aula y me dirigí al laboratorio a revisar que nadie hubiera entrado a hacer esos ruidos, la puerta estaba cerrada, regresé al salón a ver como estaban las cosas, el chico ya estaba de nuevo en calma.


Al terminar la clase le pedí que me acompañara a la dirección, y antes de que estallara de nuevo, le dije que no era para reportarlo, quería que me acompañara al laboratorio, fuimos por la llave, entramos a revisar que todo estuviera en orden, que nada se hubiera roto, y entonces le expliqué que, cuando él estallaba, una energía que traía pegada, cuidándolo, se alteraba y hacía lo que fuera por protegerlo, pero que, por ejemplo, como al salón no podía entrar a hacerle daño a quien lo hizo enfadar, hizo un alboroto en el laboratorio, y esa energía, ese guardián que se empeñaba en protegerlo, era, nada mas y nada menos, que el charro negro que lo consideraba su tesoro.


Redirek

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